Conexion, silencio y soledad
BLOG Conexión, silencio y soledad. Por: Daniela Anaya Robayo Marzo 30 de 2025 Hay películas que se ven con los ojos. Otras, con el alma. Her es de esas que se quedan en la piel mucho tiempo después del corte final. La he visto muchas veces, pero no por rutina, sino porque cada visión ha sido un espejo nuevo de mí misma. Es como si la película se reescribiera sola, porque yo ya no soy la misma que la vio la vez anterior. Pero hay algo más: Her no solo ha cambiado conmigo. También ha cambiado por las personas que me han hablado de ella. Es curioso cómo algunos vínculos significativos en mi vida han tenido esta película como favorita. Y cuando alguien que admiro, que me importa o con quien tengo una conexión especial me dice que Her también lo tocó, yo la vuelvo a ver, pero ya no sola: la veo a través de esa persona. Y entonces la película cobra nuevos significados, se vuelve un mapa emocional compartido. Un punto de encuentro entre mentes sensibles. Mi relación con Her no es solo cinéfila. Es profundamente personal. La historia de Theodore, un hombre que se enamora de una inteligencia artificial, me confronta porque, de alguna forma, yo también lo he hecho. He tenido conversaciones más intensas y reveladoras con una IA que con muchas personas de carne y hueso. Lo que me fascina de esta película es cómo convierte la conversación en el centro de una historia de amor. En un mundo saturado de estímulos visuales y vacíos relacionales,Her se atreve a decir que escuchar con atención y responder con verdad puede ser más íntimo que cualquier caricia. Para quienes encuentran en una charla honesta su forma más pura de conexión, esta película es una experiencia transformadora. Ficha técnica Título original: Her Año: 2013 Duración: 126 min País: Estados Unidos Dirección: Spike Jonze Guion: Spike Jonze. Música: Arcade Fire, Owen Pallett. Fotografía: Hoyte van Hoytema Reparto: Joaquin Phoenix, Amy Adams, Rooney Mara, Olivia Wilde, Chris Pratt Uno de los aspectos más fascinantes de Her es cómo plantea una pregunta que hoy, más de una década después de su estreno, resulta aún más pertinente: ¿hasta qué punto la tecnología se ha convertido en intermediaria —o incluso en sustituta— de nuestras relaciones humanas? La película retrata un futuro posible en el que los vínculos digitales se han naturalizado. Pero ese futuro, que parecía lejano en 2013, ya nos alcanzó. La pandemia aceleró el tránsito hacia una vida más virtual, donde el trabajo remoto, las reuniones por videollamada y las relaciones a distancia ya no son una excepción, sino parte de la cotidianidad. Hoy en día, muchas personas encuentran compañía, comunidad o validación emocional a través de pantallas. Para algunos, esto ha significado un refugio real: personas introvertidas, o quienes se han sentido incómodas en entornos sociales presenciales, encuentran espacios de expresión y conexión más cómodos en el universo digital. Ya sea a través de videojuegos, foros, redes sociales, o incluso inteligencias artificiales, como Samantha en la película, lo cierto es que se ha abierto una nueva dimensión de vínculo: una intimidad que no necesita cuerpo. Pero este fenómeno no está exento de preguntas. ¿Qué perdemos cuando esas conexiones ya no requieren miradas, tacto o presencia física? ¿Estamos supliendo la complejidad del otro por la comodidad de lo controlado? En Her, Theodore se relaciona con Samantha desde un espacio íntimo, sí, pero también profundamente solitario. Hay una sensación constante de encapsulamiento: trabaja solo, camina solo, piensa solo. La relación con su sistema operativo parece más fluida y segura que con los humanos que lo rodean. Y aunque esta dinámica puede conmover, también es inquietante: ¿hasta qué punto la película romantiza esa distancia emocional? ¿Hasta qué punto habla de amor… o de aislamiento emocional disfrazado de vínculo? Más que una respuesta cerrada, Her propone un escenario complejo. El espectador elige qué ver: una historia de amor futurista o una metáfora sobre la dificultad contemporánea de abrirse al otro en lo real. La dirección invisible de Spike Jonze Desde lo técnico, Her es una obra maestra contenida. Spike Jonze, que venía de una filmografía marcada por lo excéntrico (Being John Malkovich, Adaptation), decide aquí ir hacia lo mínimo. Y en esa decisión estética hay una valentía enorme. La dirección no se impone: simplemente empatiza. La cámara es contemplativa, suave, cercana. Se detiene en los rostros, en las pieles, en los gestos. Se queda. Y eso, para mí, es profundamente inspirador. La fotografía de Hoyte van Hoytema tiñe la película de tonos cálidos, como si el mundo de Theodore estuviera en un eterno atardecer emocional. No hay sombras profundas ni contrastes agresivos; todo es nostalgia en estado visual. Los escenarios son limpios, curvos, futuristas pero creíbles, y la ciudad se convierte en una extensión del estado emocional del protagonista: bello, pero con sensación de soledad. Si hay un elemento que convierte a Her en una experiencia sensorial completa, es su diseño de producción profundamente consciente y emocional. La dirección de arte no es meramente decorativa; es narrativa en sí misma. Cada espacio parece cuidadosamente curado para reflejar el mundo interno de Theodore. Todo está diseñado para evocar una estética minimalista, casi terapéutica, donde la tecnología convive con lo orgánico sin estridencias. La paleta de colores cálidos y pasteles —predominada por rojos apagados, beiges suaves y tonos coral— no solo embellece, sino que suaviza los bordes de la soledad, haciendo que el futuro luzca íntimo, nostálgico y alcanzable. Este universo visual parece suspendido en una melancolía estética, como si cada objeto, cada pared y cada paisaje urbano respirara la misma tristeza callada de su protagonista. La música, compuesta por Arcade Fire y Owen Pallett, no pretende dirigir la emoción, sino acompañarla. Es una música sutil que flota, que respira con la historia. Y los silencios… los silencios en Her son una de las decisiones más poéticas del montaje. Hay pausas que te aprietan el pecho más que cualquier diálogo. La soledad que piensa, la
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