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Millas

Poster Blancanieves

El brillo de las estelas en el mar encandila los ojos de los espectadores, que desde el muelle del Fuerte de la Independencia miran la llegada del buque Wallace, después de su gran expedición por los cuatro mares. Ginny, con exceso de bloqueador en la cara —siempre por seguridad—, disfruta del día soleado y admira más que al barco y su llegada, la larga línea que deja en el Canal Montez, como un recorrido imperdible de la llegada de un gran marinero. Se pregunta cuántos capitanes han logrado cruzar el canal con su tripulación completa y si la línea que dejan se hace más grande, no por el tamaño del barco, sino por la hazaña conseguida.

Recorre de regreso el muelle entre sus tablas viejas y tornillos oxidados, dejando pequeñas partes del recuerdo de la Ginny que ya no quiere ser.

En medio de la playa, sentada en una silla reclinable naranja, una mujer mayor disfruta a sus anchas del día soleado, sin preguntarse si los 39 grados afectarán o no su piel, que ya con los años ha aprendido a sobrellevar todo tipo de golpes. Ahora, un poco de sol de verano no será un problema en su mano. Una mimosa que repite a su antojo gracias a la pequeña nevera que conserva a su lado, llena de snacks y todos los elementos de lo que para ella es una perfecta mimosa.

Sin importarle ni por un segundo la llegada del barco o su hazaña, concentra todo su esfuerzo en adivinar cuántas millas ha recorrido cada uno de los aviones que llegan a Logan y que, sin mucha pretensión, cruzan el Atlántico Norte por encima de Boston. Sin dejar estelas ni líneas blancas porque, como todos saben, los aviones se abren paso entre la nada y solo tienen un recorrido: hacia adelante.

Ginny la observa a distancia. ¿Qué tanto ha tenido que vivir una mujer para sentirse totalmente cómoda en su soledad y su silencio? Se pregunta si dentro de ella hay un mar en tempestad o solo un cielo totalmente silencioso. En secreto, admite querer ser ella, admirar más las millas recorridas por los aviones que la estela dejada por un barco intrépido con memorias y hazañas, pero con una nostalgia interminable.

Nueva imagen flotante

Nota del autor:

Un día de julio, en Boston, esperé sola en el muelle de la Independencia por un rato, mientras mi mejor amiga y su esposo cumplían con un compromiso, y mi pareja visitaba un sitio turístico al que preferí no ir. No era la intención, pero terminó siendo así. Observe a las personas y la escena como una de mis actividades favoritas. Me sentía particularmente triste y saqué mi libreta. Dejé que las palabras llegaran sin pensarlas demasiado.

Mientras me perdía entre líneas, la vi. Una mujer mayor, sentada en la playa, cómoda en su soledad. Se servía mimosas en una copa lujosa que seguramente había llevado desde casa, antojándome, claro, porque el calor era insoportable. No miraba el mar ni los barcos como yo, solo los aviones cruzando el cielo. Me pregunté cuántas millas habría recorrido para llegar hasta ahí y cuantas me hacían falta a mí por recorrer.

Minutos después, llegaron mis amigos y mi pareja. Les leí lo que había escrito y automáticamente mi día cambió. Al final terminó siendo uno de los mejores días que vivimos en Boston juntos, aunque Colombia no ganara la final contra Argentina.

Daniela Anaya Robayo

Daniela Anaya
Robayo

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Maestra en Artes Audiovisuales.

Creadora de este espacio, amante del cine, las palabras y los silencios incómodos. Escribe para entender el mundo y contarlo desde lo íntimo.

Gracias por llegar hasta aquí.

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